Hace cuatro años y medio, nos daban la noticia de que Yin sufría una enfermedad cuyo tratamiento aportaba una esperanza de vida media de unos tres años. Durante cuatro años, su calidad de vida ha sido extremadamente buena, al punto que nadie diría de él que estuviera enfermo.
Hace casi un año tuvo un bajón apreciable, con un incremento de cacas diarreicas y una pérdida severa de peso. Tras unos cuantos análisis, resultó estar infestadito de gyardias. Tras el tratamiento, parecían haber aparecido, pero empezó un declive más o menos lento. Hacia junio, esas deposiciones seguían líquidas (en principio, sin gyardias), y la conclusión fue que el clorambucilo no estaba funcionando ya y que era momento de pasar a una quimio de rescate, la lomustina. El problema con ella es que podía afectar severamente a su función hepática, así que había que ir con muchísimo cuidado. El bajo peso (alrededor de tres kilos y medio para un bicho que solía pesar unos seis en su época lozana) también suponía un problema, ya que por debajo de ese peso no se podría aplicar.
Con todo, nos liamos la manta a la cabeza (la alternativa era dejar que el cáncer siguiera su curso) y empezamos con la lomustina. Tuvimos que habilitar un tercer arenero, ya que las diarreas de Yin continuaban siendo bastante tremendas (e incluso explosivas, manchándose a menudo la cola, y provocando que los areneros estuvieran tan sucios que Yang se meara en nuestras camas como queja). Que tuviera diarrea era incómodo pero no demasiado preocupante; cuando le empezamos a dar la medicación contra las gyardias, Yin perdió el apetito. Y eso, en un gato cuyo apellido era "voraz", sí era preocupante, hasta el punto de vernos en el absurdo de estar ofreciéndole todo tipo de manjares (carnes, pescados, latas de atún) y hasta estimulantes del apetito y un sinfín de pruebas de comida húmeda y salsas saborizantes y otras historias. A Yin, que apenas unas semanas antes nos habría arrancado esa comida de nuestras frías manos muertas.
En fin... de alguna forma, tras unas semanas que se nos antojaron eternas (el hecho de que hiciera amagos de probar tantas cosas distintas le provocó aún más diarreas, algunas tan explosivas que le asaltaban sin darle tiempo de llegar al arenero, con aullido incorporado de susto por su parte), el apetito se le empezó a normalizar, pero no así las cacas, que seguían pastosas y amarillentas. En noviembre, la situación era que en el veterinario nos preguntaron si no iba siendo hora de tomar una decisión, y decidimos revisar, antes de tomarla, que no fuera asunto de nuevo de las gyardias, llevándoles una muestra. Y... sí, era. De nuevo infestadito. El pobre debía de llevar meses arrastrándolas otra vez por una reinfección (son unos bichos que, en condiciones de inmunidad normales, no suponen mayor problema, pero que cuando pillan a alguien bajo de defensas, son bien difíciles de erradicar). De nuevo toda la ropa/mantas/fundas/etc. de la casa tuvieron que pasar por lavados a alta temperatura y desinfectantes (descubrimos una lavandería cerca de casa que nos facilitó el apuro), y el pobre Yin pasó de nuevo por antibióticos, estando ya con una pinta tan cadavérica que, cada lunes, mi previsión era que no iba a llegar al fin de semana. Por contra, Marta insistía en que iba a llegar a Semana Santa al menos. Ya no podíamos aplicarle siquiera la lomustina por falta de peso, así que volvimos al clorambucilo, del que nos quedaban algunas pastillas. Lo mimamos sin mesura, lo duchamos más de lo que le habría gustado cada vez que se embadurnaba en caca, sufríamos cada vez que le limpiábamos el culete para dejarlo limpio y lo notábamos irritadísimo (fácilmente iba siete u ocho veces al día haciendo cacas líquidas cada vez que comía alguna cosa, a los pocos minutos de comerla), y también probamos a ponerle algo de suero fisiológico por la deshidratación tremenda que llevaba a cuestas, aprovechando que lo teníamos para ponérselo a Yang por su insuficiencia renal crónica que le diagnosticaron por las mismas fechas (tenemos pendiente escribir también del tema, vaya años de no parar...).
Me alegré mucho de que ella tuviera razón, y no yo, y Yin aguantaba semana tras semana. Lo primero que le decía al verlo en el sofá cada mañana es "Buenos días, Yin, ¿cómo estás hoy? Además de vivo, claro". Se acostumbró a estar a medias entre el sofá (que teníamos acondicionado para cambiar rápidamente el sitio donde pudiera haberlo embadurnado todo de diarrea al salir del arenero) y una de las tronas de los peques en la cocina, donde estaba la mayor parte del tiempo haciendo de sistema de alarma antiintrusos: en cuanto alguien osaba poner los pies en la cocina, sus ojazos amarillos se disparaban junto con su gruñido clásico horripilante de "¿Quién osa interrumpir mi descanso eterno? Dame comida o muere". Por cierto, que durante este episodio nos dimos cuenta de que había perdido un montón de dientes delanteros sin que nos hubiéramos dado cuenta (a pesar de verle la boca noche tras noche al darle su pastilla de prednicortona). Teníamos a todo un desdentao.
Por Semana Santa, de hecho, algunas de las cacas empezaban a presentar un aspecto menos pastoso, e incluso hace unas semanas alguna tenía la consistencia que no habíamos visto en casi un año. Dejé de augurar que no terminaba la semana, y parecía que iba a poder resistir siendo el espíritu de la aceituna, un hueso andante, sine die.
Sin embargo, el fin de semana pasado algo pareció romperse definitivamente. De un día para otro, Yin empezó a dejar de comer, de nuevo. Ya no se interesaba por su chuche, ni por nada con lo que volvíamos a intentar tentarle. Y eso, con Yin, es mucho decir. A diferencia de la última vez, en la que mantenía una actitud vital por todo lo demás normal, esta vez lo veíamos tirándose en lugares donde no solía hacerlo, incómodo, con maullidos lastimeros. Le dimos medicación para el dolor por si tuviera alguna molestia, pero la situación no mejoraba en absoluto. Las cacas habían pasado a ser inexistentes y, si acaso, algún charco que encima era negruzco, denotando una más que probable hemorragia.
Así que, imaginando que esta vez "iba de verdad", el pasado miércoles lo llevamos al veterinario para una revisión por si las moscas. Allí nos dijeron que, básicamente, el hígado estaba bien. Pero, todo lo demás, no: hematocrito por los suelos indicando esa probable hemorragia, niveles de proteínas por los suelos, el linfoma siguiendo a su bola, los riñones fallándole, el páncreas inflamado... Con ese percal, en el que cualquier acercamiento para mejorar algunos de los problemas solo podía ser a costa de empeorar los otros, decidimos con todo nuestro dolor que hasta aquí podíamos jugar. Yin ya no podría disfrutar de una calidad de vida mínima y no tenía sentido prolongarle una agonía. Nos despedimos de él, dándole las gracias por todas las trastadas con las que amenizaba y amenazaba nuestras vidas, y lo dejamos dormidito para que lo eutanasiaran.
Esta entrada, con la que a él a buen seguro le gustaría que fuera recordado, se escribió hace seis años. En ese tiempo tuvo ídem de elucubrar nuevas torturas, como robarnos merluza mientras se estaba cocinando, arramblar de nuestros platos toneladas de comida mientras no mirábamos (y beber de nuestros vasos), destruir la bolsa de plástico que sobresalía de la basura, para posteriormente tumbarla, abrirla y esparcir su contenido por el suelo en busca de sus manjares...
Nos deja recuerdos imborrables, como la vez que nos fuimos de viaje un par de días cuando empezaba con lo de las gyardias y se nos quedó encerrado en el armario de la ropa sin darnos cuenta (pobrecito mío). Pero, sobre todo, pese a haber sido un digno gato de Satanás, nos acordaremos de su temperamento supersociable con gatos y humanos y de que siempre recibía los mimitos y juegos de buen agrado. Bueno, Marta me dice que los mimitos de ella, no.
La casa se ha quedado muy silenciosa y la cocina totalmente vacía sin él. Es raro no saber qué hacer con los platos después de comer (los solía limpiar a conciencia) y no estar todo el tiempo penando por no dejar la comida hecha o por hacer sin atención durante más de diez segundos.
Yang ha ganado el Premio y por fin podrá ser la gata única que siempre quiso ser, todo el tiempo que aguante, que esperamos que sea muchísimo.
Hasta siempre, Yin. Como tú dirías con tu grotesco maullido, "gracias por el pescado que os acabo de robar".