Ni la economía ni los tres gatos que ya teníamos en casa nos dejaban mucho margen para más gatos, pero Esmeralda tenía esa mirada tan dulce y desvalida...
La encontramos paseando por la calle, por una zona por la que no solemos ir casi nunca. Era la primera vez que veíamos a la gatita. Estaba junto a un contenedor y rondando un par de bares, así que imagino que pasaba su vida mendigando comida por la terraza del bar.
Yo me la habría llevado de inmediato, pero Emilio lo pensó más y sugirió que primero la difundiéramos por internet, y luego la recogiéramos si había interesados. Esa misma tarde difundí este vídeo por internet y se interesaron dos personas: una era de una protectora y nos ofrecía su refugio para la gatita; la otra, una chica animalista que ya tenía cuatro gatos y que parecía tener intención de adoptar, o al menos acoger, a Esmeralda. En cuanto recibí estos mensajes, a eso de las dos de la mañana, fui sola con el transportín al lugar en el que había visto a la gatita, suplicando que aún estuviese por la zona por la que sólo la había visto una vez. Tal vez fue mucho suponer.
O tal vez no. Porque, según me acercaba, ya vi desde lejos una manchita blanca en medio de la acera, mirándome. Me acerqué más y allí estaba, en la soledad de la noche y de la calle desierta, sentadita en la acera mirándome. Meterla en el transportín fue inmediato: se dejó coger y para meterla del todo sólo tuve que empujarla un poquito. Durante el trayecto maulló alguna vez, un poquito asustada, pero tampoco mucho. Es una gata muy confiada, pobrecita. Podría haberle pasado de todo en la calle.
Así que llegó a casa y la pusimos en cuarentena durante tres semanas hasta poder hacerle unas pruebas de inmunodeficiencia y leucemia fiables, encerradita primero en el patio:
Y después de bañarla:
En la habitación:
Y así fue como Esmeralda se convirtió en nuestra segunda acogida.
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