Nos pediste auxilio un día en el que paseábamos por el barrio.
Desde el primer momento adoré tu carita tan dulce y aquellos ojos tan increíbles, tan verdes. Bromeamos con nombres que reflejasen esta cualidad tuya y barajamos entre risas "Pera" y "Melón", jajaja, pero la Esmeralda es la que realmente se conoce como verde y brillante, y ese fue tu nombre mientras estuviste con nosotros.
Te fui a recoger a las dos de la mañana tras haberte visto una sola vez, un solo día. Y allí estabas, en medio de la noche, en la más completa soledad, sentada en medio de la acera mientras veías que me acercaba a ti a lo largo de una calle desierta. Me miraste, te miré, dejé el transportín, te ofrecí pienso (que miraste como si no supieses qué era aquello), te cogí y te dejaste meter en el transportín sin demasiados aspavientos, como si intuyeses que nada malo iba a pasar. Así, en mitad de la noche, se terminó tu soledad y tus días de penurias. Así empezó tu nueva vida.
Llegaste en los huesos, hecha una piltrafilla, y los dos primeros días no hiciste más que dormir, venías agotada.
Yin y Yang te miraban con curiosidad a través del cristal. Tardaste un poquito en tener más contacto con ellos, debido a la cuarentena. Sólo recuerdo haberte oído bufar una vez, luego ya te sentías en tu casa y entre amigos.
Pero no todo iba a ser Jauja. Era inevitable un baño que te quitara de encima toda la porquería que traías de la calle.
Que no te gustó nada y revolucionaste a Yin y a Yang con tus maullidos, jajaja. Pero tras este baño, ya desparasitada y limpita, pudimos sacarte del patio y pasarte por fin a la habitación, mucho más cómoda y equipada para ti. Vimos la primera transformación llevada a efecto.
Cierto tiempo después nos llevamos la tremenda alegría de saberte negativa a las pruebas de leucemia e inmuno, con lo cual supimos que pronto estarías con tu nueva familia, que se había interesado por ti desde el momento en que publiqué en internet el vídeo de tu llamada de auxilio. Entonces empezaste a convivir con Yin y con Yang. De Yin te hiciste inseparable, era tan divertido ver cómo le seguías a todas partes, intentando aprender de él cómo comportarte en una casa... No dejábamos de bromear con que deberías aprender de Yang, que es mucho menos trasto que Yin, pero a ti te encantó la acogida de Yin y se convirtió en tu mentor. Con él aprendiste a pedir comida a nuestra hora de comer, a abrir la puerta del patio, a subirte al lavabo para ver y pedir agua fresquita... Y Yang, tan tímida siempre, contigo dejó sus miedos a un lado y te dejó ser amiga suya. Te convertiste en parte del equipo.
Jovencita y juguetona, tú y sólo tú conseguiste que Yin bajara de peso y que fuera feliz corriendo como poseso delante y detrás de ti. ¡Qué bien lo pasabais, y menudo jolgorio que os traíais por las noches! Te convertiste en la alegría de la casa, encauzaste la energía desatada de Yin y le convertiste en un gato equilibrado y feliz. Y mientras tanto, tú engordabas poco a poco y te convertías en la belleza que ahora eres, un peluchito blanco que se dejaba acariciar, tomar en brazos y achuchar como una muñequita.
Te hiciste adorar, y por eso te lloré cuando llegó el día en el que te fuiste con tu familia. Yin también te buscó, te buscó mucho, maulló aburrido y triste durante largas horas. Me daba mucha penita, pobrecito. Por primera vez, le vimos acercarse a Yang como nunca se había acercado, o quizá fue Yang la que quiso consolarle. El caso es que por primera vez los vimos muy juntitos, como lamentando tu partida.
Y te fuiste, y nos llegaron noticias de que eras feliz en tu nueva casa, de que tenías cuatro nuevos hermanitos con los que jugar y de que ya habías conquistado a todo el mundo con tus mimos. Aquí nos dejaste la casa vacía, dejaste un hueco enorme, que pedía a gritos ser llenado de nuevo por otro gatito necesitado.
Y ya tenemos a otro gatito. Pero a ti nunca te olvidaremos, porque es imposible olvidar tanta dulzura, tanta inocencia y tanta belleza.
Te echamos de menos, Esmeralda. Te queremos. ¡Sé feliz!
Que monica la gata.
ResponderEliminarMe ha recordado tu historia a lo que me pasó con uno de los míos, Felixa. La pobre andaba en la calle pero siempre que me veía venía a que le dieran mimos.
Ahora está tumbada en el sofá de mi casa.